Desde el comienzo de las primeras civilizaciones que habitaron el planeta, el calzado surge como una forma de dar protección a los pies frente a suelos deteriorados, convirtiéndose en un objeto necesario y funcional para la vida humana, confeccionándose con cuero, tela o paja, principalmente de materiales naturales o encontrados en el ambiente.
Con el tiempo el calzado se empezó a considerar como un objeto de la moda, un producto que otorgaba status a las mujeres de la alta sociedad por sus materiales lujosos y refinados como terciopelo, seda, además de diseños cada vez más extravagantes para la época.
Luego del boom del calzado y la diversificación de sus modelos y formas, llegó la Revolución Industrial del siglo XIX, se comenzó a producir en masa, esto facilitado por la invención de máquinas que aceleraban la producción y, por ende, aumentaban la cantidad de artículos para la venta.
Así, pequeñas marcas o fábricas que concebían la fabricación de calzado como un oficio artesanal y hecho a mano, comenzaron a verse perjudicadas por la producción masiva de zapatos. Lo mismo ha sucedido a nivel nacional con la masificación de grandes marcas de retail que ponen por delante la producción masificada a precios accesibles, pero dejando de lado la calidad y comodidad que debiese tener un zapato.
Por eso, en el último tiempo las marcas de calzado, especialmente femenino, han buscado revalidar y resignificar este rubro, como un oficio donde, para conseguir un producto óptimo, cómodo, con status y durabilidad, se utilicen antiguas técnicas de confección artesanal, incluso considerando el sello de hecho a mano en algunos de sus procesos.
Así, pasamos de la necesidad a la moda, pero también las marcas chilenas han sabido reinventar esta premisa: Para obtener status con un calzado de moda, primero debemos considerar la calidad y comodidad de estos.
Equipo Bamis
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